...de Ushuaia a Alaska, allá vamos, porque a pesar de las diferencias, todos somos iguales.

miércoles, 27 de abril de 2011

¡Bienvenidos a Chile!

A los soñadores, a los que aman a su país, a los que les gustaría ser perro para sentir por una vez en la vida lo que ser fiel significa, a los mellizos más lindos de toda América, Joaqui y Benja. A los que comentan cada foto del blog y a los que lo dejaron atrás hace rato porque no les gustó. A los que creen que Sarmiento no era tan buen tipo como nos contaron. A los que nos acompañan desde la última taquicardia que tuve, a los fanáticos del guacamole y a los que creen que no va con cebolla. A los amigos del alma, a los que les gusta el dulce de batata y los que prefieren de membrillo. A los que les sigue divirtiendo El Chavo y a los que creen que El Chavo Fucks se fue de Duro de Domar por cuestiones ideológicas. A los que duermen la siesta sin culpa y a los que descubrieron que la culpa fue un buen invento de la iglesia. A los que creen en 20.000.000 de religiones y prenden saumerios y a los ateos de siempre. A los que se apasionan, los que aman la música, bailar y pintar. A los adultos que saben ser niños y a los niños que no creen demasiado en los adultos, a los vegetarianos que volvieron a la carne y a los carnívoros que se hicieron vegetarianos, los que prefieren el agua a la coca y a los que la mastican. Y a vos, si, si, a vos, que no te nombré, pero te estoy nombrando, a todos…¡Bienvenidos a Chile!

Chile. El país de las pololas, los Neruda y las cazuelas. El paso por la aduana es un tanto tedioso pero vale la pena atravesarlo para romper con el solo mito de que argentinos y chilenos no podemos ser amigos. ¡Viajen al país de la Patagonia más bella que alguna vez vimos! La gasolina es cara, casi el doble que en nuestro país, ni se consiguen baños públicos o agua para mate con la misma facilidad que en casa, pero conozcan a Marina, nuestra pseudo abuelita chilena. ¡Bienvenidos al país con mayor cantidad de salchichas en las góndolas de supermercado o de las paltas más sabrosas!

Chile. El país de los mineros más famosos del planeta, como del presidente que bate records en el Guiness por sonreír durante 72 horas seguidas sin que se le contracture la mandíbula. Gobierno de Piñera o Piraña, como le dirán algunos de sus habitantes, tierra de Lautaro, Allende y Violeta Parra.

Vecino y hermano para algunos, enemigo para otros. Al igual que el resto de Latinoamérica, también sufrió y se levantó. Chile, es también el país de las Bolocos y los Pinochets (ojo, no es Pinocho dicho por alguien canchero), es Augusto Pinochet, el mismo que inauguró la famosa carretera austral y el mismo que llevó adelante la dictadura militar en este país. Pasado y presente semejante al nuestro pero no del todo igual. Pasen y conozcan al país que se animó a tener en su bandera una sola estrella, como si el mismo brillo reflejara las aguas del pacífico que lo bordean…

Los amigos chilenos

Cruzar al vecino país de Chile fue desde el “vamos” un asunto tan importante como misterioso. En un viaje como el que encaramos, el traspaso de la primer frontera sería una revelación, es decir, constataríamos o rechazaríamos todo lo que nuestras mentes imaginadoras nos habían contado de cómo sería. No es que pensáramos que del otro lado de la cordillera hubiera hombres con 6 manos que hablaran en sánscrito y fagocitaran argentinos, pero nos inquietaba no saber lo que nos esperaba.

Cruzamos del pueblo argentino de Los Antiguos al chileno de Chile Chico. En el juego de las diferencias al que uno se entrega en estas situaciones, la primera fue una en contra: no había baños en las estaciones de servicio. Nosotros acostumbrados al hogar YPF, que además de baños nos brindaba agua caliente y hasta duchas si era necesario, tuvimos que rebuscárnosla hasta para conseguir agua para mate. Al margen de estas falencias, empezábamos a encontrar muchos argumentos para desmitificar esto de la “pica” entre argentinos y chilenos.

Decididos a rodear el Lago Buenos Aires / Lago Gral. Carrera (Lado argento y lado chileno respectivamente) dimos con el primer pueblo, Mallín Grande, unos km después de salir de Chile Chico. Al costado de la ruta y tendido sobre un cerro, el caserío lleno de color, con calles onduladas que van y vienen, poco movimiento de gente y el olor a leña quemándose en las chimeneas, daba al ambiente un aire nostálgico que hacían difícil no sucumbir ante el encanto. Ahí mismo, estuvimos hablando con el médico encargado de la posta de salud, este custodio del bienestar de unas 200 personas no sólo echó por tierra cualquier idea de resentimiento hacia nosotros, sino que por el contrario, demostró una apertura y amistad que denotaban lo contrario.

La plaza de Mallín Grande con algunos habitantes

En este pueblo había ovejas - perro, esto quiere decir que los ovinos tenían comportamientos caninos (Corrían los autos, olfateaban y creo que oí una ladrando), hay que ver como una es más valiente y mira de frente y la otra, más tímida mira de refilón.
No se ve pero están gruñendo.

Una de las vistas desde el camino que bordea el Lago Gral. Carreras.


Seguimos ruta, después de bordear el lago por caminos inverosímiles, por lo lindos y por lo altos que eran los precipicios. Llegamos con frío y ganas de bañarnos a Puerto Guadal, otro poblado, pero este un poco más grande.

Girando por las calles en busca de una ducha dimos con Marina, una señora que por tener camping, pensamos que podría ser un camino hacia el aseo: “¿Podemos pagarle sólo la ducha ya que no necesitamos camping?”. De su afirmación en adelante fueron puros gestos generosos y de hospitalidad. Nos invitó a comer a su casa, estaba sola y quería compañía. Nos cocinó algunos manjares, nos atendió como una abuela y charlamos horas con ella, se abrió y nos confió su historia.

La cara dice todo...


Té, frutas, carne y hospitalidad, todo lo sacaba de su campo Marina.


La casa de Marina, ahí nos dejó poner la camioneta para dormir.

Más postales del camino.

Los colores del Lago Gral. Carreras y Buenos aires son realmente hipnotizantes.

Piquete del campo, este es más benevolente que el de Argentina, en 2 minutos nos dejaron pasar.


Tienen muy buen gusto para construir iglesias los chilenos, esta es un buen ejemplar.
















Lo que vino después fue lo que se puede llamar “Buena Vida”. El tema es que siguiendo rumbo Norte, hacia el paso fronterizo a la altura de Esquel, un vacío existencial potenciado por las no comodidades del viaje me llenaba de preguntas. Hablábamos con Clari mientras la ruta nos daba paisajes selváticos más acordes con Brasil que con la Patagonia que uno tiene en la cabeza. Confundido y emocionado por lo que mis pensamientos me ofrecían, alguna que otra lágrima no me dejaba ocultarle a Clari lo que sentía. Así, por primera vez en mi vida me encontraba feliz ante la incertidumbre, ante el miedo y ante todas mis preguntas. Con la mejor compañera que podría haber encontrado y elegido para la vida escuchándome, no podía pedir más. En fin, igual de potente que este vagón de sentimientos, fue el baldazo de irrealidad que tapió mi corazón abierto hasta nuevo aviso. Mis suegros, una vez más, estaban ahí para mimarnos. Nos regalaron un par de días en un hotel espectacular en el lago Yelcho. Ahí, aprovechamos para dormir en una cama por primera vez en el viaje, para bañarnos de 3 a 4 veces por día para recuperar el tiempo perdido y encima, el regalo incluía las comidas, que gracias al chef José, eran exquisitas y perfectas. No nos queda más que agradecer a todos los chilenos que nos cruzamos y a Luis y Mariana que nos malcriaron.


Si lo que estuviéramos lavando fueran las culpas...

Así quedaría el agua.

Los fantasmas en Chile son más entradores, este me instó a brindar y me dejé llevar.

El hotel de la perdición, en mi camino de ascetismo y espiritualidad se interpuso el hotel Yelcho y llenó de placeres mis días.


Cuando nos íbamos de Chile a llevamos dos simpáticos seres por varios kms, acá estamos compartiendo un almuerzo en la plaza de Futaleufú.

miércoles, 20 de abril de 2011

Bajo Caracoles

Y dejamos atrás el Chaltén, yo, Clara, con dolor de cabeza y la panza algo molesta. Saliendo de Ushuaia me había pasado lo mismo. Creo que dejar atrás ciertos lugares y encarar nuevos destinos, no deja de movilizarme. Como si alguna parte mía deseara echar ancla o raíz. Sin embargo, una vez arriba de la Westy y pasados algunos kilómetros, la sensación vuelve a ser la del primer día. Me siento libre, contenta y en el lugar donde debo estar: en el asiento del copiloto. Lista para cebar algunos mates, conversar con Joaquín, ser la corista de Pappo o simplemente estar en silencio por algunas horas.

Hoy es un día especial para los dos. Empezamos a transitar la tan anhelada Ruta 40. Habíamos oído hablar de ella en varias ocasiones y a lo largo de este primer mes muchas personas nos habían dado opiniones tan amplias como variadas acerca de esta. “La parte de ripio en Argentina está mucho peor que la de Chile”, “Hasta la ciudad de Perito Moreno está asfaltada”. Así fue como nos dimos cuenta que lo mejor sería descubrir por nosotros mismos el estado de la ruta.

Además de pisar una liebre, maldecir en mil idiomas y sentir como cada órgano de la Westy se destartalaba a causa del ripio, puedo decir que la ruta 40 realmente tiene algo de mágica y encantadora. Es estar, por ejemplo, en el medio de la nada y que de repente se asomen dos cabezas extranjeras, con mochilas tras sus hombros, intentando mantenerse en pie, desafiando al viento patagónico. En este caso, están haciendo dedo, esperando que alguien los levante. Nos miramos con Joaquín y decidimos frenar. Ellos son suizos y se llaman Rena y David. Traen, además de su equipaje aventurero, un olor a asado que llenó de perfume a vaca todo el vehículo. La verdad, riquísimo. Me dieron ganas de ponerme un poco de esa loción en mi cuello y escote.

Bueno, cuestión que llegamos a un pueblo que se llama Bajo Caracoles. Su nombre está bien puesto porque tiene bajo porcentaje de caracoles (ninguno en realidad), pero es uno de esos lugares únicos y al que uno siempre desea llegar estando en situación viajera. Apenas unos 40 habitantes. Un teléfono público en todo el pueblo. Un bar al cual todos los machos acuden a ver futbol y una gasolinera repleta de calcomanías, atendida por el mismo dueño del hotel, que es el mismo dueño del bar y del mismísimo teléfono público del mismo pueblo. “Clara, no lo puedo creer”, me dice Joaquín emocionado. “En una hora juega River y lo dan acá”.

El sol cae en Bajo Caracoles y pareciera que con sus rayos abraza a sus 40 habitantes.

Joaquín retrata a un pueblo que lo enamoró desde un principio.

La gasolinera, repleta de calcomanías.

Así fue como Rena, David, Joaquín y yo terminamos sentados en una mesita, con vasos de cerveza y vino de por medio, un pedido de milanesas con ensalada marchando y el ruido de algunos dados, lanzados desde la barra por el cantinero y sus amigos. De a poco el bar se fue colmando de gauchos, camioneros y demás fanáticos del futbol, que teniendo un tema en común y simpatía de sobra, fueron uniéndose a los comentarios que hacíamos desde nuestra mesa. “Ey, flaco, ¿quién te gusta más?¿ Bordagaray o Funes Mori?”, le preguntaba un bigotudo interrogador desde la barra a Joaquín. “Ey, flaco. ¿Te parece bien que salga Buonanote?”, Ey, flaco, ¡viste que arqueraso Carrizo!”.


De izquierda a derecha: Tacho, de Casi Ángeles; El Ruso Lopez Nair, jugador de los Pumas; El Beto, estrenando gorra nueva; Rodolfo Castillo, peluquero o "coiffer" y El Facha Gómez. (Observen, atrás de todo está el Soldado Ryan riendo).

De izquierda a derecha: De gorra y sonríendo, David (el suizo con olor a asado); parado en la barra, mirando al soldado con ojos picarones está Carlitos; a su lado, Don Barriga, que del Chavo se vino para Bajo Caracoles. Los últimos dos muchachos, parados en la barra nunca supimos quienes eran. ¡En realidad acaban de aparecer cuando subimos las fotos, esa noche no estaban!


Ante la euforia de la victoria millonaria, sumada a las dos botellas de cerveza y de vino bebidas, es que los chistes y buena onda iban de una punta a la otra del bar (con graciosos comentarios de tipo escolar como “¡Qué olor a bosta que hay acá!” o “¡Estas gallinas no ponen huevo!”). A pesar de haber usado un billete de tres cifras para pagar lo consumido esa noche (algo inusual y casi prohibido para nosotros), cerramos la cuenta y la puerta de la Westy en estado de alegría total. Será hasta mañana…destino próximo: Cueva de las Manos.



Un poco de alimento para Doña Westy, antes de un trayecto que depara ripio, subidas y arroyos.

Como las guías de turismo nunca me entusiasmaron demasiado (no los libros, sino las mujeres con megáfonos que van indicando a grandes masas de hombres y mujeres sobre lugares o situaciones), paso a contar muy rápidamente la experiencia en Cueva de las Manos. No tengo megáfono ni llegué hasta aquí en un colectivo turístico. Estoy con Joaquín, Rena y David caminando junto a Valeria, nuestra guía personal, un total de 600 mts, a punto de ver una de las más increíbles y antiguas formas de hacer arte en nuestro país.

La cueva de las manos es la más conocida y famosa en Sudamérica, ubicada en la provincia de Santa Cruz. Tiene una antigüedad de 9000 años y no se sabe con exactitud cuales fueron las comunidades originarias que crearon este maravilloso modo de expresión.


Muchas hipótesis existen sobre el “porqué” de este arte rupestre. Mensajes religiosos; arte en sí mismo; rituales de iniciación, entre otras. Lo cierto es que si uno observa la gran cantidad de imágenes (en su mayoría manos y animales), puede llegar a algunas interesantes conclusiones: la mayoría de las manos son pequeñas (podrían ser de mujeres, niños o jóvenes) y zurdas. Los animales delatan el modo de vida de esa época, la cacería y la importancia de los guanacos para estas tribus (algunos creen que podrían ser tehuelches). Creo que la anterior información es suficiente como para disfrutar un poco de las fotos, que de verdad, lo dicen todo.


¿Recuerdan en jardín de infantes haberse pintado las manos y apoyarlas sobre un papel canson? Luego regresar a sus casas, mostráselo a sus papás y que años después estas creaciones desaparezcan porque sus mamás hicieron "limpieza" en la casa. Bueno, esto es algo parecido, solo que por suerte, estas cuevas tienen una madre más responsable, la naturaleza, que en estos 9000 años nunca borró este milagro cultural.

Saco una manito la hago bailar, la cierro, la abro y la vuelvo a guardar...

Algo pasa con los cóndores. Desde el día en que partimos su nombre nos perseguía. "Vuelen como cóndores por el viento", nos escribió nuestra amiga Celi. "Vuelen", me dijo Nico mientras me daba un fuerte abrazo de despedida. La de la foto, es la pluma de cóndor que nos regalaron Manu y Pachu en el Chaltén. Ahora, no solo la crucesita de Francisco nos protege, también los cóndores de América. (Ramiro: Franciso era amigo de los animales, supongo que no habrá problema en mezclarlos, ¿no?)

domingo, 17 de abril de 2011

¡Vamos carajo!

Superarse no es tarea fácil. Supongo que cada uno de nosotros sabrá para sus adentros cuales son aquellos límites que si logran ser traspasados producen una satisfacción que no puede ser muy bien explicada, pero deja ese gustito de…¡Vamos, carajo, lo logré!. Bueno, algo de eso me pasó estando en El Chaltén. Mis límites, en este caso, tienen que ver con cuestiones de índole “deportiva”. Los que me conocen saben muy bien a lo que me refiero. Durante toda la época escolar pertenecí al “Grupo C” de educación física, el más pobre nivel. Esta asignatura fue para mí un suplicio. Mientras observaba a las chicas de mayor rendimiento físico gozar con las clases de hockey, sudar el cuerpo y terminar la hora con la cara completamente roja pero con una sonrisa que lo decía todo, para mí significaba, después de las clases de química, la peor de las torturas. Fiel al estilo de colegio católico, algunas de mis compañeras utilizaban estrategias que a la hora de correr 7 vueltas, les resultaban beneficiosas para sentir que el tiempo transcurría más rápido. Rezar el Ave María o peor aún, el rosario, parecían ser las mejores recetas (yo nunca entendí como se reza el rosario, es muy rebuscado). Mientras las chicas “A” eran agasajadas por las profesoras de gimnasia con tortas, sandwiches y refrescos al finalizar la jornada, las del Grupo C debíamos soportar los gritos y casi maltrato de estos mismos seres mal llamados “profesoras” . Frases como “¡Sos un robot!” o "¡No se hagan las modelitos!" se oían a una distancia de casi 10 kms. Una de mis compañeras de grupo siempre terminaba llorando. Durante esa etapa llegué a envidiar a aquellas compañeras que tenían un médico en la familia. Tan solo pensar que podría llevar un certificado con firma profesional que constatara mi imposibilidad para realizar actividad física me generaba alivio. “Mediante el presente certificado dejo constancia de que la paciente Clara Oyuela NO puede realizar actividad física durante todo el mes de agosto. Acaba de salir de una operación muy riesgosa. Firma: Doctor Cabrera”. Pero eso nunca sucedió y aunque intentara falsear mi estado de salud, las profesoras siempre me mandaban a correr las 7 vueltas, tirar jabalinas o saltar vallas cual caballos. En fin, supongo que ante esta triste introducción podrán anticipar el relato que se aproxima...


Con el reflejo de este lago, la madrastra de Blancanieves o el principe que se convierte en sapo se harían una panzada. Pero el más bonito de este pueblo es...¡El Fitz Roy!

Observen. Ahí están el soldado Ryan (por su nuevo corte de pelo) y Pachu, listos y motivados para una caminata por la montaña que durará 7 horas. Cuatro horas de subida, una hora de contemplación en la cima y dos horas finales de bajada. El orgullo no me permitía aceptar lo duro que sería para mí ese objetivo. “Vamos, buenísimo, me encanta” les dije. Sin embargo, la sensación interna fue de total regresión hacia la época de secundaria. ¡Grupo C, vamos carajo!

La hora de largada llegó. Mochilas, protector solar, anteojos, agua y buen calzado. El trayecto comenzó y mi objetivo (ellos no lo sabían), era controlar la respiración. Recuerdo que durante las 7 vueltas lo que primero me dolía era el bazo, a causa de una mala circulación del aire. Es así como Joaquín y Pachu, en plena subida iban charlando de temas tan amplios como profundos. Que la flora de acá y la fauna de allá. Qué los fósiles esto y que Darwin y su teoría de las especies lo otro. Yo, por mi lado…inspirando, exhalando...

¿Ven lo que les digo? Joaquín y Paz hablando de la flora y la fauna. Yo, aprovechando para tomar aire con la excusa de retratarlos.

¡Espérenme! ¡Yo también se algunas cosas de Darwin que pueden interesarles!


Intenté sacar de la mochila algunas de mis mejores herramientas que me ayudaran a subir esa montaña en mejores condiciones. ¿La psicología? Mmm, no. La tiré. La relación con mis padres nada tiene que ver con subir una montaña. ¿El teatro? Descartado. Ni en las clases de gimnasia me sirvió para que las profesoras se creyeran que estaba enferma. ¡Ya se! ¡El canto! Tan mal no canto. No Clara. Esto no es una peregrinación a Luján. Para qué…ninguna de las armas que creí me ayudarían fueron útiles. Sacudí la mochila, hasta que los sándwiches que llevábamos para comer arriba, me sacaron la lengua y mostraron su cara más sincera y cruda (aunque fueran de cocido y queso). Para subir esa maldita montaña solo necesitaba la cabeza y las piernas, que por más flojas las tuviera, eran las únicas que tenía. Así fue como durante varios minutos me la pasé discutiendo con mi propio yo, hasta que finalmente me dije a mí misma “O le ponés actitud o te bajan de esta montaña de a cuatro”. La segunda opción hubiera sido realmente humillante. ¿Sin haber cumplido los 30 años alguien me bajaría de una montaña de 1000 mts de altura?. ¡Eso nunca!. Les puedo asegurar que, repentinamente, mi cuerpo comenzó a sufrir una transformación sin precedente alguno. Como por obra de magia, el espíritu de aquellas compañeras de colegio todo terreno me tomó por completo y no solo subí y bajé la montaña, sino que hasta hice algún que otro chiste al regresar. Era toda una chica Grupo A…


Nosé porqué el soldado Ryan tiene esa cara seria si estaba muy contento. Mi cara, en cambio, es coherente con la manera en que viví el trayecto.

Algunos aprecian llegar, otros el camino.

Lo que nunca pude saber es si aquellas amigas con cuerpos de acero, tras mucho ejercicio, sentían las piernas estallar, como me pasó a mí, al punto de caminar como un auténtico cowboy del lejano oeste. O si los dolores de cabeza, producto de la deshidratación, las invadió durante días, generándoles sensaciones nauseabundas, como también me sucedió. Sin embargo, a pesar de los bloqueos que sufrió mi cuerpo durante esos días (peor que el que sufre Cuba hace 50 años), puedo decir que la sensación de superación no la cambio por nada. Haber sido, por apenas unas horas, una chica A me dejó ese gustito del “nosequé”, expresado solo en un ¡Vamos carajo, lo logré!


Parada extendida en El Chaltén

La resistencia del viento que nos impedía llegar a El Chaltén, haciendo que tuviéramos que rebajar cambios y pedirle a la Westy que se agachara para poder avanzar, parecía una especie de derecho de admisión que debíamos pagar para entrar, que una semana después, esa energía eólica se transformaría en otra sin nombre para resistir nuestra partida. Es que nuestra idea de pasar un par de días y seguir se convirtió en una pasada con muchas cosas para quedarse.

Pachu ya pensaba que no iríamos, con la temporada tirando la toalla y el clima volviéndose más hostil que de costumbre ya había descartado la idea. Por eso cuando vió nuestra camioneta pasar por su puerta y el cartel que dice "De Ushuia a Alaska", primero pensó lo bueno que sería hacerlo y después reaccionó dando unos buenos saltos y abrazos.

Manu el novio es escalador y guía de alta montaña, y como ninguno de los que había conocido de esa raza antes, él es mucho más humilde que todos. Seré un poco prejuicioso, pero la mayoría son muy cancheritos y se jactan sólo por trepar una pared de 15 metros. Para enterarnos de que Manu había escalado el Aconcagua y el Fitz Roy entre tantos otros picos imposibles para el resto de los mortales hubo que hacerle entre mil y mil dos preguntas.

Así fue como también me llevó a escalar una pared, ahora si de 15 metros, que fueron suficientes para pegarme un buen cagazo, estaba atado y asegurado por un profesional y su novia, pero estar a esa altura prendido de unos pequeñísimos zapatos y de un racimo de dedos, es unicamente para hombres temerarios. Aca tuve la oportunidad de redimirme del episodio de las cadenas, y trepé dos rutas que según los expertos eran nivel 5 más o menos, los que solemos andar por terrenos más horizontales que esos, créanme, da miedo.


Preparándonos para la acción, el can que por allí anda sólo escala hasta nivel 4.


Manu explicándome la medida de algo, en este caso parece más presumido de lo que conté arriba, pero es realmente humilde y no estoy seguro que estuviera hablando de lo que piensan.. Mal pensados.


Esta es Pachu arriba de todo, ella también se da maña en estas artes como verán.


Para este caso recurro a la credibilidad que los ocacionales lectores puedan tener en mi, el tema es que yo realmente subí hasta arriba de todo, no sin esfuerzo. Pero lamentablemente, el documento fotográfico no lo registra, hubo ciertos malos entendidos con la encargada del asunto, que algún que otro reproche recibió luego. En fin, la imagen no lo demuestra pero el que quiera creer que crea, yo subí hasta donde subió Pachu.



Al día siguiente, como entrenamiento para lo que vendría, subimos con Clari a una pared desde la que se ve el pueblo desde bien arriba, aca no había que escalar pero si caminar muy en subida.







Desde ahí abajo hasta acá arriba caminamos, todavía me acuerdo de los resoplidos de mi compañera, cada tanto me daba vuelta para comprobar que no fuera un equino lo que me seguía de cerca, es que el sonido del aire saliendo por sus fosas nasales era muy similar.







Nuestra amiga se pasó, nos dió las llaves de su casa, nos hizo sentir que era también nuestra, tanto que aca por ejemplo, ella está trabajando en la carpintería de su hogar mientras nosostros nos mecíamos en la hamaca paraguaya en sun interior, gozando del calor y de unos mates. (Nótese que la chica tiene un cinturón para colgar herramientas, no se ven de estas a menudo en Buenos Aires)













Camino al Lago del Desierto, nos encontramos con un valle de color inédito, la pegamos con la época del año, no hubo ni mucho viento ni mucho frío y encima todos los árboles empezaban a ponerse el traje de moda otoñal, se viene el colorado. Desde Milán y París vienen en otoño a la Patagonia para ver que color se pondrá la próxima temporada.





En este caso estamos estrenando la parrillita portátil que hasta el momento sólo había sido útil como pandereta insoportable en el fondo de la Westy, valió la pena traerla, asadito, río, bosque...








Clari se está volviendo una aventurera de temer, mírenla pasar por ahí para comprobar.











Lo dije, mírenla en este puente, si hasta se animó a bailar sobre el. Esta chica es muy valiente.



Clari evangelizando, lleva su palabra hasta los confines de nuestra tierra, aquí va por el paso número 3, los que saben dicen que una vez pasado este, la feligresa ya está adentro. (De cerca mira y juzga el novio escandalizado)









Los cinco antes de la retirada, Manu, Pachu, Joaquín , Clari y Coco.
Como si ellos nos estuvieran agradecidos a nosotros, estos dos se pasaron nuevamente, nos invitaron a comer a un restaurant la última noche (Lujo inédito para los viajantes económicos), y antes de irnos, nos regalaron una pluma de cóndor que tenían como preciado tesoro. Muchas muchas gracias por todo amigos.

martes, 12 de abril de 2011

Nevada de verano

Nuestro siguiente destino no era nuevo para nosotros, al Calafate habíamos ido en nuestro primer viaje juntos. Como nos habíamos quedado con las ganas de estar más tiempo contemplando el gigante de hielo decidimos repetir y ver si podíamos conocer algo más, fue una buena decisión que comprobaríamos más adelante.

La llegada por vía terrestre fue la primer buena diferencia que encontramos con nuestra visita anterior, la llegada en avión es muy linda pero entre tanta estepa uno no puede distinguir lo variado del paisaje, esta vez, desde Río Gallegos y a bordo de la Westy nos encandiló la llegada desde las montañas cercanas. Empezamos bien.


La llegada a Calafate, el viento huracanado no se ve mucho en fotos.


A penas pasamos por el centro de la cuidad y fuimos al Lago Roca que queda camino al Parque Nacional, acortábamos camino para el día siguiente y de paso íbamos a dormir a un lago. Ya en el camino nos acompañaba una llovizna helada, que se hacía sentir, pasamos la noche con el sonido incesante del agua cayendo y gracias a la confortable Westy no sufrimos el frío en lo más mínimo, con todas las cortinas y las mantas térmicas en las ventanas ni si quiera nos dimos cuenta de que ya era de día (Nos pasa siempre) y nos despertamos como a las 11 de la mañana. Acobardado por el frío que me esperaba fuera de la bolsa de dormir, descorrí una cortina y comprobé que mi ilusión echada a rodar por no ver nada para afuera era real, el ruido de lluvia había sido en realidad nieve, nos despertamos de un salto a pesar de que la temperatura no lo invitaba y nos pusimos a disfrutar del inesperado fenómeno.




Llegó el momento salir con la camioneta para ir a un lugar más plano y que no se quedara atrapada pero ya era tarde, una brevísima subidita se las ingenió para que las ruedas patinaran, formaran una capa de hielo y la fricción de las cubiertas no tuvieran parte en el asunto. “No importa” le dije a Clari, “Tenemos cadenas para nieve”. Lo siguiente fue bochornoso y desnudó mi falta de hombría, ahí Clari supo que no era un macho de los que se usaban antes, Tomé la caja de las cadenas con las dos manos, suspiré al ver que en la tapa decía: “Easy use”, abrí las trabita, no sin dificultad, y se reveló ante mi, un rompecabezas de eslabones metálicos. No sé en que estarían pensando estos yanquis cuando pusieron que era fácil en la tapa, maldije por adentro, pero por afuera solo se me estaban congelando mis manos al punto que quema. Luego de unos breves intentos y ante la imposibilidad de saber si quiera de qué lado del neumático iban y a un tris de desesperar, vi un poco de luz al final del túnel: un hombre fornido que a unos metros venía a paso apretado hacía mi: “¿Vocé queri ayuda?” No hace falta explicar, un brasilero, por más bien predispuesto que estuviese no era lo indicado, la única diferencia con la situación anterior era que ahora éramos dos en vez de uno los homínidos intentando lo imposible. La solución estaba más cerca, le pedí a Clari que se pusiera al volante, a Rodrigo el gaucho que me ayudara a empujar y así nomás la Westy salió del brete en pocos segundos, aunque el saldo fue una tremenda caída de mi ayudante de cara a la nieve después de un resbalón, por suerte era muy amable y se río en vez de mandarme a la mierda.

Agradecidos por tanta voluntad lo invitamos a tomar unos mates, entre verde y verde nos fue contando su historia y resultó ser un copado. Era un empresario full time, se cansó, largó todo y se estaba dedicando a sacar fotos, me enseño algunas cosas y nos fuimos a dar un paseo por el lago con las cámaras para poner en práctica la lección, obviamente quedamos en contacto y esperamos encontrarnos con él en algún otro viaje.


Rodrigo de Porto Alegre y Joaquín de Buenos Aires, no teníamos experiencia con la nieve.


Ensalada, sopa y a la cama ( 8pm)


Rodrigo en el safari fotográfico que hicimos.



Después de ese día con nieve incluida siguió un día con mucho sol y para nada frío especial para ir al Glaciar y así lo hicimos, fuimos temprano (Para nosotros son las 10 más o menos) y disfrutamos todo el día, hipnotizados por los milenarios hielos y solo interrumpidos por las confesiones de un buen hombre ya entrado en años que necesitaba de quién lo escuchara.

De lo que vimos no se puede escribir mucho, mejor son las fotos:






El Lago Buenos Aires parece pintado con un resaltador Faber Castell.