...de Ushuaia a Alaska, allá vamos, porque a pesar de las diferencias, todos somos iguales.

miércoles, 30 de octubre de 2013

La última frontera

 Se acordarán, la última vez que algo fue escrito en estas virtuales páginas fue acerca de nuestra llegada a Alaska, la emoción y los saltos...
Justamente de esto se trata, de los saltos. A partir de ese memorable momento, Clari me manifestaba lo mucho que le costaba emocionarse en el momento, SENTIR que habíamos llegado, me dijo: "Quiero sentir algo, quiero llorar, no me sale".
Como si de una conspiración cósmica o divina se tratase, si es que acaso los dioses existen, segundos después de dicha expresión, saltando escalones abajo hacia la cámara de fotos en un acto intempestivo, su delicado tobillo no agunató la presión ejercida su costado y cedió.
 Y así la encontrábamos un rato después cuando nos volvimos a reunir con los compañeros de ruta al otro lado del la última frontera. Esguince y LLANTO, lo que ella quería, sentir, llorar, llegó por otra vía. Ahora pata pa' arriba y a entrar en la última frontera.
 Y si uno piensa en Alaska, inmediatamente surge el salmón desde las marañas de la mente, y el mismo día que empezábamos la exploración, gracias a los indicios de alta sociabilidad que corren por la sangre Guille, terminamos en la casa de Charlene, una mujer que vive en este inmeso estado desde que nació, y como sus ancestros, originales del lugar, mantiene ciertas costumbres necesarias para pasar el invierno. Pescar cantidades desorbitantes de salmón rojo, cortarlo en tiras, y ahumarlo para guardarlos en frascos de conservas. Cuando se decide a hacer esto, se pasa casi tres días sin dormir, porque tiene que mantener el fuego, sacar las tiras justo a tiempo y embasarlas al vacío para que duren todo el invierno. Si desatiende algún paso se le puede llenar de moscas que pudren la carne o echar a perder toda la producción.

(En este espacio había una foto elegida por mi, luego de la tijera arbitraria y tirana de la censura, que sospecharán quién la ejecutó, sólo podrán imaginar lo que yo pretendía mostrar)

 Y aquí, ella, la mismísima, con unas sonrisas y mucha seguridad, nos tuvo trabajando un par de horas. Trabajo que nos recompensaría con unas buenas duchas, lugar para dormir, mermeladas caseras, y unos buenos pedazos de salmón ahumado para el almuerzo.
El hermano fue y seguirá siendo una incógnita, un poco borracho, y un poco loco, a cada uno nos dijo un nombre diferente. Sin saber el nombre real, igualmente, disfrutamos de su locura y su borrachera un rato.


Buscando un lugar para dormir, nos perdimos como suele ocurrir y fuimos a dar al medio de una pista de aviones, como solo puedo ocurrir en Alaska. Al congelarese prácticamente toda la superficie durante el invierno, el único medio para llegar a la mayoría de los lugares es el avión, por eso hay aeropuertos en cada pueblito, por más chico que sea.

EL AUTOBUS MÁGICO
Yendo en contra de mis ganas, por varias razones, decidimos no ir hacia los conifnes más remotos y septentrionales de nuestro querido continete. Sólo una ruta, más de la mitad de ripio, llega hasta el océano Ártico, hasta Prudhoe Bay, más de 800 km de estepa pura. Se llega hasta 5 km del mar y una petrolera que de ahí extrae el oro negro es dueña de la costa y no se puede llegar andando y meter libremente los pies en el frío mar.
Igualmente quería llegar hasta el círculo polar ártico al menos, estábamos en Fairbanks (cuidad muy militar) a menos de 200 km, pero al final es sólo una línea imaginaria. En fin, pusimos trompa al sur y fuimos hacia el Denali NP, tierra de osos, alces y ciervos.
En el camino, frenamos en el pueblo de Healy, ahí mismo, hace poco más de 20 años había muerto, mientras buscaba vivir en la naturaleza un chico en un autobus en medio de la nada. Hace unos años hicieron la película, y decidimos salir a buscar el lugar real, el autobus mágico.

Y salió la patota con los petates. A las personas que les preguntábamos cómo llegar, no sabemos si no les gustaba la idea o qué les pasaba, pero nos asustaban un poco con la peligrosidad de nuestra empresa. Puede ser, que celosos de su ricón salvaje, no quisieran que pasara lo irremediablemente está ocurriendo. Cada vez más personas llegan tratando de emular al protagonista de Into The Wild, evitando lo de morir, por supuesto.
Caminamos como si con ello se nos fuera la vida, queríamos llegar, dormir y volver, no tardar mucho para que las chicas no se preocuparan, por no decir que nos esperaban en uno de los lugares más feos de Alaska, en un camino de tierra polvoriento y chato.
La cuestión es que para llegar hay que cruzar algunos ríos, uno particularmente ancho, que se puede cruzar si el agua llega hasta la cintura, pero si una vez cruzado, llueve más arrbia en las montañas, puede subir súbitamente su nivel y hacer imposible el regreso. Eso y la cantidad de osos (no vimos ninguno en ese camino) era lo que más nos acobardaba.

Después de casi 12 horas de caminatas interrumpidas sólamente para comer, y de ir gritando para ahuyentar a los temibles osos, llegamos al autobus mágico, devenido altar para los seguidores del aventurero Cristopher McCandless. Por lo visto no fue mucha gente todavía pero si la suficiente como para que esté todo escrito por dentro, con nombres y frases inspiradoras para los próximos huéspedes.
Llevamos carpa, pero el colectivo que había quedado en el lugar después de una incursión minera en los años 60, fue acondicionado como refugio varios años después por algún solitario cazador y usado también como hogar por el protagonista de la historia. Sigue todo igual que hace 20 años, y dormimos en la misma cama que hizo de lecho de muerte en su momento. Después de una noche de desvelos a pesar del cansancio de la caminata, teníamos que desandar lo andando.
Guille contemplando en el desayuno. Había llovido un poco a la noche y salimos un poco preocupados de que el río hubiera crecido. El rescate en helicóptero, nos decían, salía 100.000 dólares. Bueno, por suerte pudimos cruzar...




Y cuando faltaba una hora de caminata para llegar, despues de como 90km de caminata en dos días, cansados, con muchas ganas de comer algo rico y tomar café, nos encontramos con un campamento de 4 x 4 para turismo y nos cumplieron todos los deseos. Además, después de tomar todos los cafés que queríamos y comer todo el guiso que quedaba en la olla, nos llevaron de vuelta a casa, donde esperaban las chicas a sus valientes cazadores.
  El primer moose o alce que vimos de cerca, al costado de la ruta. Dicen, muere más gente embestida por un alce que atacada por osos. Hay que saber a quien temer.
El Denali NP sólo se puede recorrer (excepto una partecita) únicamente en bus. Es decir, no se puede entra en auto propio. El precio exedía lo que estos humildes bolsillos podían ofrecer, pero como casi siempre, la suerte acudió a la cita. Conocimos a un hombre que casualmente era chofer de uno de estos buses, después de una tramolla muy opco común en este país de tanta legalidad, nos subió y nos llevó a conocer el parque. Eso si, 8 horas arriba del bondi, viendo los animales desde arriba... bueno, por lo menos no nos quedamos con las ganas.
Y vimos al cornudo finalmente.
Habiendo visto al mamífero de astas protuberantes, partimos hacia el sur, a la península de Kenai, o el patio trasero de Alaska. Como siempre, buscamos un lugar al costado de algún río, de algún camino para pasar la noche. El primer paso por Anchorage no merece mayores declaraciones.

En algún área de descanso donde paramos a dormir con Clari en los tiempos que anduvimos solos, conocimos a Víctor y Caro, dos nuevos amigos que después de trabajar un año en Canadá se habían armado la mejor casa rodante y de paso, para ahorrarse unos $ y contaminar menos convierteron el motor diesel en motor a aceite reciclado. Es muy interesante y la opción más barata para viajar po el mundo (da trabajo también). EL que quiera saber más de ellos y su camioneta puede ir a: http://upachalupa.org/ con un simple apretón de click izquierdo.
Y con ellos, los del Mañoso, los de la Fiore y Pablo, un viajero en moto subimos hasta el glaciar Exit. (Bueno, todos no fuimos, Clari se quedó contemplando abajo.
Foto hurtada y sin permiso a los amigos chilenos.
La cabra de las rocas, yo pienso que le iría mejor el nombre cabra blanca o el demonio blanco, pero por algo no soy yo el nominador de animales. Ya las habíamos visto pero muy de lejos, y sólo se distinguían puntos blancos en la lejanía.

Quizás acá, en Seward fue donde yo sentí que mi idea de Alsaka y la realidad se encontraban un poco más cerca, es un pueblo en la orilla de un fiordo, con montañas nevadas a lo lejos, pescadores y ese no sé qué que no tiene nombre que hace que uno se sienta donde está.
Si alguno pensaba que la Westy no nos había dado nunca más trabajo, se equivocó. Pero no mucho, después del mejoramiento integral que le habíamos hecho en California, nunca más una gota de nada derramada debajo de su chasis, ningún ruido extraño, una máquina perfecta para devorar kilómetros, hasta que una horrible gota verde se escapaba de algún lado del motor. Pero como siempre, en Anchorage encontré un integrante de la patrulla salvadora de viajeros en Westfalia, también se llama Mark y también me ayudó a cambiar la bomba de agua. Después de un día alojados en su casa, estabamos listos para seguir, como siempre.
Y, como nos encantan los cumpleaños, o cualquier motivo para festejar, antes de dejar el país de los osos, antes de separarnos, fuimos hacia McCarthy, en un lugar un tanto remoto como para que se justifique el esfuerzo si va llover todo el día y armamos el ambiente para un cumpleaños más, el de July, con pizza, vino y torta como corresponde.
Ahora sí, nos despedíamos del destino con un poco de nostalgia, otro poco de alegría y una sesación extraña que no pretendemos entender. Dejábamos de avanzar después de más de 2 años y medio, ahora era hora de volver. 
Son infinitas las cosas que pasaron en este momento por nuestra cabeza, y si se puede, más las que nos siguen pasando. Todavía nos quedaba poco más de un mes para llegar hasta donde estamos ahora, a Miami, para embarcar la Westy y cerrar así estos años. Imposible, nada así se puede cerrar.
Una vez más, ¡GRACIAS! a todos los que nos acompañaron por acá, y es raro, como casi todo por estos días para nosotros, despedirnos, así, sólo con unas palabras, palabras que ni siquiera conozco, o será: ¡¡¡HASTA LA PRÓXIMA.!!!

domingo, 11 de agosto de 2013

Llegar a Alaska y el canto del cisne

* Llegar a Alaska, por Joaquín


Lo paradójico de alcanzar un objetivo  es que el sabor y el placer, no lo da el hecho de llegar, sino la mirada puesta en el camino andado. Es inmenso y a la vez intangible, es una emoción difícil de abarcar y más aún de entender.  Por esta razón, pido disculpas de antemano si lo que sigue es un poco desordenado o confuso, pero puede que así me sienta en estos momentos.
  Intento volver el tiempo atrás y ver si alguna de las razones por las que salimos a viajar, siguen entre las principales razones por las cuales llegamos, y en mi caso particular, creo que casi ninguna. La idea de escapar un poco de la rutina, de vivir una aventura, de conocer  personas y lugares, se hizo realidad, pero no tardé en darme cuenta que eso no era lo que realmente buscaba.
El camino de la búsqueda, muchas veces puede llegar por  vías que no abrimos intencionalmente, y el viaje, en mi caso, creó el ambiente que necesitaba para preguntar.
Me acuerdo la primera vez, en el sur de Chile, cuando después de varios días de andar, de incomunicación con el mundo que existe ahí afuera de la camioneta, de incomodidad, de falta de ducha y de largos silencios que llegaban a durar cientos de  kilómetros, las lágrimas empezaron a salir desde algún hueco vacío de adentro mío. En esos primeros días de viaje, caí en la cuenta de que esto no se trataría solamente de un tendal de paisajes para el recuerdo. Y en ese mismo momento, cuando uno se las tiene que ver con lo que sale desde rincones remotos del alma, y no hay más remedio que enfrentarlo ni distracciones que nos saquen del apuro, entendí que un proceso nuevo empezaba en mi, proceso que para existir, tiene como única condición, nunca terminar.
Si bien me cuesta compararme con el Joaquín que salió hace casi dos años y medio, me acuerdo perfectamente, incluso puedo sentir, el miedo paralizante que me causaba dejar todo lo conocido hasta el momento y pensar en la vuelta. A pesar de que el regreso era lo más lejano, era lo que más me atormentaba, pero visto con los ojos de hoy, no me sorprende. Siempre vivía con la cabeza varios meses más allá de donde pisaban mis pies. Si bien es algo con lo que voy a seguir lidiando el resto de mi vida, hoy puedo decir que a fuerza de vivir el día a día, por no tener otra alternativa, voy aprendiendo a confiar más en lo que viene. Si cada día, durante más de dos años, tuvimos que destejer  todos los planes cada una de las veces que intentamos aferrarnos a uno específico. Si cada una de las noches tuvimos que buscar la forma de encontrar dónde dormir, o  dónde bañarnos, y siempre lo conseguimos, si cada vez que necesitamos un poco más plata de la que teníamos encontramos la forma de conseguirlo, me pregunto y me re pregunto: ¿Tiene sentido vivir pensando en lo que nos va a faltar más adelante?
Para poder poner en perspectiva algo de lo que significa este viaje para mi y para los dos, porque todo sería imposible, lo mejor que puedo decir es que, al cambiar la manera de vivir tan drásticamente, todos los parámetros de lo que es normal o necesario se volvieron totalmente relativos. Y esto es mi descubrimiento más importante. Fueron dos años muy intensos,  con demasiadas experiencias nuevas vividas, muchas de ellas muy fuertes. Entonces, no puedo pensar como lo hacía antes, acerca de lo que es comer bien, si lo hice sin necesidad de pasarme. De lo que es vivir bien, si pudimos hacerlo en dos metros cuadrados y con 20 dólares al día. De lo que es una relación auténtica,  si vivimos más de dos años sin posibilidad de ocultar nada. De la simpleza,  si conocimos gente feliz sin más patrimonio que una linda familia y amor por lo que hacían. De la humildad,  si vimos de cerca la dignidad de la gente más pobre. Del esfuerzo, si lo tuvimos que hacer cada día para seguir adelante. Y del amor, si cada uno de los días nos tuvimos nada más que el uno al otro, sin otra alternativa que la de seguir aprendiendo, a juzgar más lento y a entender más rápido. Si todo lo vivimos a diario, si todo lo sentimos a flor de piel.
Por eso, más allá de estar agradecido a la gran cantidad de gente que nos ayudó incondicionalmente, algunos sin conocernos, otros con una amistad forjada en la ruta, otros desde lejos, como nuestras familias y amigos más cercanos, que definitivamente entre todos nos dieron mucha fuerza para siempre seguir, no puedo dejar de sentir en este momento, más que nunca un inmenso e infinito agradecimiento a la persona con la que compartí desde el primer kilómetro hasta el último. A mi mujer, que cómo desde el día que estamos juntos, nunca dejó de acompañarme, de apoyarme, de entenderme y sobre todo de quererme así como soy. No me surge otro sentimiento más fuerte que éste. Si cada día estuvimos juntos, con tantas crisis como momentos increíbles, si puedo sentir que puedo crecer, porque tengo al lado alguien que me entiende, que me empuja, que hasta en los momentos en que menos me soporta me hace sentir la persona más importante del mundo. Si cada día tuvimos que aprender a compartir todo, desde que abrimos un ojo hasta que lo cerramos.
Por todo esto, todo este viaje fue para crecer, personalmente y como pareja, tanto que es imposible unir letras para describirlo. Por eso, llegar a Alaska es decir GRACIAS a la vida por darme tanto. Y de yapa nos transportamos por estos increíbles paisajes, llenos de gente más increíble aún. 
     

    *El canto del cisne, por Clara
Viajar es morir un poco, y llorarse, y alegrarse por eso. Estoy desarmada, puedo ver a los pedazos de mí desparramados por el barro, uno a uno, a todos ellos. ¿No había sido esto lo que buscabas? Vulnerarte, ser agua y arena blanca, volver a ser vieja, y mirar desde la infancia lejana, la inocencia que alguna vez perdí. Es verdad. No me conformaba con creer que para el problema del hombre no exista solución, que los cuervos serán cuervos siempre, y que uno mismo corre el riesgo de volverse ese animal cobarde, patético y especulador. La desesperanza en nosotros me impulsó a buscarnos, y finalmente encontrarte. Y lo hicimos andando, con poco, apenas algunas camisetas, otro poco de condimentos y varios libros que fuimos renovando a cada paso. Quería volverme huérfana de las verdades que se hacen llamar verdades,  que solo aprisionan y enceguecen (le tengo más miedo a ellas que a mis propios miedos), a ellas las deshojo, corro para que no me encuentren, para que no me descubra repitiendo sus palabras, vistiendo su ropa o señalando lo que ellas me piden señalar. A veces, todavía y para siempre, me encuentro comiendo migas de su mano, bebiendo de su agua o durmiendo una siesta en su nido. Viajo para morirme un poco, para volver a cantar, para ser como el cisne silente que, al momento de morir, lo hace cantando, por primera y última vez. Tenía que morirme un poco para recuperar la infancia arrebatada por todas esas voces que no hacen más que ruido, y están siempre ocupadas. Y para eso tuve que estar sola. Con Joaquín, pero igual sola. Callarme por dos años, alejarme del sonido que entumece corazones, y aprender, como los mamos koguis, a escuchar otras voces, otras verdades, otras maneras posibles de ser humano. Meterme en una cueva en Nicaragua y cagarme hasta las tripas por no escuchar otra cosa que las gotas de mis pensamientos caer hasta estrellarse contra las piedras húmedas y frías. Quiero poder contarles a mis hijos que la vida, de verdad, vale la pena y que tenemos derecho a esperar mucho de ella, pero que para encontrarla tenemos que estar dispuestos a volvernos barro. Quiero contarles historias de caimanes y pirañas, de osos salvajes que se glotonean con salmones durante la primavera, que incluso los cactus pueden dar flores, que al sur de la Argentina vive una mujer de lágrimas honestas que lucha por su origen, que se llama Rosalía Puel y es quizás una de las mujeres más dignas que conozco; quiero contarles que también existen viejos olvidados, que para ser escuchados son capaces de inventar las mentiras más grandiosas e invitarte a comer para hablarte de su amistad con el Ché; que en el silencio descubrí mis verdades, y que la luna solitaria, por entender de avatares y destino, le puso un manto blanco a mis tristezas; quiero contarles que Joaquín me rescata todos los días porque me recuerda lo débil que soy, ¡y que lo observen vivir!, porque en él laten muchos corazones, y que su entusiasmo por los ríos, los mapas y las charlas de vereda me conmueven más que cualquier canción de Mollo, más que cualquier frase de Rilke, más que todas las Westys del mundo, que lo quiero tanto porque compartimos una misma verdad, que nos mantiene atentos e ilusionados, la verdad de ser lo que tenemos que ser, no más, no menos. Que los colombianos son charlatanes, abiertos y eternamente simpáticos, que los pueblos y las veredas siguen siendo todavía el punto de reunión para las viejas de ruleros, y que dormir la siesta en una silla mecedora solo es un pecado en la ciudad de los cuervos. Que existen mujeres en Perú que a los 70 años caminan y caminan y caminan, soportando el peso de las hojas y el trigo,  que sus piernas son fuertes y que creen que el vuelo de los cóndores presagia sus muertes; y que también existen hombres y mujeres que solo se alimentan de hamburguesas, coca cola y de las malas noticias del mundo; que algunos sobreviven y otros viven, y que, aunque suene a cliché, a pesar de las diferencias, todos somos iguales, y que la diferencia entre unos y otros radica "en negarse a que el acto delicado de girar un picaporte, ese acto por el cual todo puede transformarse, para algunos se cumpla con la fría eficacia de un reflejo cotidiano".  Quiero contarles que le temo a la muerte más que nada en el mundo, pero que tuve que aprender a convivir con ella;  que los pedazos de mí, desparramados en el barro se volvieron cisne y cantaron,  formando este nuevo corazón; y que también le tengo miedo al regreso, como en su momento temí la partida. Que renunciar a nuestras preguntas y respuestas, es renunciar a la posibilidad de ser poetas, y que es tan importante aprender a faltarle el respeto a ciertas responsabilidades como sospechar de las buenas intenciones  de TN y CNN. Quiero poder contarles a mis hijos que aunque intente deshacerme de la soledad, ella me persigue a todos lados como una madre protectora que corre a su hijo con el sweater en la mano, y que hubo alguien que me habló de ella y me susurró al oído palabras de consuelo y aliento. El me dijo que amara mi soledad, y que soportara con una queja bellamente sonora el dolor que me causara, y que me alegrara si con la amplitud de esa soledad podía llegar a las estrellas. Poder contarles que en México muchos hombres y mujeres limpian sus almas en las plazas, y regresan a casa un poco más contentos, o que los aspirantes a torero practican maniobras en algún parque perdido, y que un amigo que es hermano, se llevó el premio al Rey Feo de Cuyutlán, que desfiló con la reina del pueblo y se hizo famoso por un día. Que cuando uno viaja, también viajan con uno los hermanos, los amigos, los padres y los que nos precedieron, que todos ellos simplemente se escabullen en las hojas y en el viento; que es importante saber estar solo y en silencio. Que con Joaquín compartimos una historia mágica, quizás demasiado intensa para formar parte de la vida, que esa historia quizás sea en realidad un cuento de Cortazar; y que durante dos años y medio no hicimos más que vivir, como diría algún mexicano, buscando la mera verdad. Y la primera verdad nos la debemos a nosotros mismos, porque nos fuimos transformando con el tiempo en expertos mentirosos, artífices en el arte de fingir. Me gustaría contarle a mi hijo que lo añoré como a nadie jamás, y que este viaje de alguna manera, fue una preparación lenta y profunda para convertirme algún día en la mamá que seré, una cuenta historias quizás, pero de esas que derraman vida, color y verdad. Que Latinoamérica sangra y ríe, que muere y nace al mismo instante, y que desde acá, extraño su manera de ser genuina.  Y hoy, solo por hoy, le pido a la mañana, que se despertó quieta e inmaculada, que se detenga. Porque quiero abarcarla toda y detenerme en su tiempo que no apura, que es sol otoñal y acontecer de eternidad. Pero de una eternidad finita y nostálgica, y cálida como el abrazo maternal, y en su hora se esconde el instante, la felicidad, y el nacimiento de la vida, pronta a crecer.
¡Gracias a todos por acompañarnos!
                                                                                                                                            continuará...

martes, 6 de agosto de 2013

Canalaska

La cosa es más o menos asi: promediaba el mes de junio cuándo nuestros pasaportes recibían el último golpe de tinta. El nuevo sello anunciaba que Canadá ya era una realidad. 
Entramos por Osoyoos, el lugar más cálido de todo este inmenso país. Sabíamos que ahí podríamos trabajar algún tiempo, a pesar de las recomendaciones contrarias que nos hizo la agente de migraciones. Con sorpresa, traspasamos la frontera más fácil de todo el viaje. Estiré los pasaportes por la ventana, respondí que no llevábamos ni alcohol, ni tabaco ni drogas, y prometí que no trabajaríamos.
Cinco minutos después, la Westy y la Fiore ya estaban en tierras canadienses, la tierra de...de..., no sabemos. Son tan pocas las nocticias que nos llegan a los argentinos desde este rincón de la tierra que no puedo nombrar si quiera un famoso para adjudicarle a esta patria. Bueno, Celine Dion y Brian Adams me soplan acá.
En fin, con la firme proposición de aprender un poco llegamos a Osoyoos, un pueblo frutero al sur de un enorme valle.
Sabíamos que ahí ya estaban afincados Guille y Juli, dos compatriotas que al menos por vías virtuales ya intuíamos que podríamos volvernos amigos.
Y así fue. Después de buscarlos por un rato, los encontramos y lo primero que hicieron fue deleitarnos con unas tortafritas de antología.
Además nos desasnaron en el rubro de la cosecha de cerezas, o como se lo conoce mejor: "picking cherries"
Hay pickers para todos los gustos. Existen los capos, estos se ufanan de juntar más de 80 cajones por día (rumores verosímiles afirman que utilizan hasta los dientes para lograr su objetivo); estamos los neófitos, que con un esfuerzo monumental sólo logramos 10, estan los ambiciosos, que para no perder tiempo corren del cajón al árbol y lo hacen sin respiro ni tregua para no perder ni un solo valioso segundo; están los pickers maestros, que imparten consejos y técnicas (esto lo hacen con mucho detalle) hasta a quienes no los quieren; y por último, y para estos sólo me baso en prejuicios, los farsantes, los que exageran sus hazañas ante la obvia incredulidad de los oyentes.
Nuestro primer día. Sólo sirvió para bajar las expectativas generadas, ganar 5000 en una temporada, claramente no iba a ser una posibilidad.
Con los jefes más bondadosos del valle. Jasvir y Erasmo, el primero de la India, como muchísimos de los dueños de huertas de esta zona del país. El segundo, mexicano, que contento de hablar español en su trabajo estacional, nos dio todas las manos que necesitamos para aprender el arte de picar cerezas.
Y ella, Harjeet, que en inglés pareciera que sólo sabía decir: "veeeery baad", para arrancar las risas de todos nosotros. Esta primera impresión de Canadá nos dejó ver la pluralidad de naciones que comoponen su población, y mejor aún, ver que a pesar de llevar años fuera se sus países y sus costumbres, muchos los siguen llevando con naturalidad y orgullo.
Bueno, con las cerezas seguí yo solo (adoptado por Ema y Luli en realidad), Clari, después de varios días de duros intentos, duras madrugadas y ver que no podía juntar suficientes cerezas, se decidió y montó su propio negocio. La venta de postales. A partir de ahí, su trabajo era hablar y conocer gente en el súper mercado Buy Low. ¡Muchísimas gracias Bryan por habernos dado tu ayuda!
Así fue como conocimos a Alfredo y Amalia, dos argentinos devenidos canadienses hace más de 40 años, que nostálgicos y aún amantes de su país, no dudaron en invitarnos a comer ni cuando les dijimos que no éramos sólo dos, sino seis.
Esta fue la primera vez que nos invitaron a comer sus delicias caseras, sentirnos como en casa y atendidos como por una madre. La segunda seríamos en total nueve y todos nos fuimos llenos de regalos caseros bajo el brazo.
Con el preciado regalo: Yerba. Obviamente, agradecidísimos y con la posibilidad de visitarlos en Misiones (de donde son oriundos), al término de nuestro viaje. Nos despedimos con la promesa hecha.
Y ellos son Lobo, de Alemania, y Lolita, de España, que también nos invitaron a su casa. Lolita y Lobo de 70 años nos trataron como a sus propios nietos. Llegaron a Canadá a sus 29 años y con muchísimo esfuerzo lograron construir, solos y con sus propias manos, su casa. Lolita, orgullosa, nos mostró fotos de ese momento. Ella, pala en mano, trabajando a sol y a sombra, a la par de su marido.
Y como todo, la temparada de cerezas se terminó en Osoyoos. Los demás, siguieron buscándolas por otros pagos, nosotros seguimos solos, rumbo a Alaska. Así nos despedíamos de otros nuevos amigos, Vicenzo, Fran y María, italiano y argentinos.
Por eso, solos otra vez, disfrutábamos de los días de ruta y silencio. Cuanto más cerca del destino, más agudas se vuelven quizás las contemplaciones.
Así llegamos a pueblos sin nombre, cuasi fantasmas...
...totems indígenas azotados por los vientos...
...cuervos. Demasiado misterio como para quedarse a pasar la noche.

Lo siguiente merece una explicación, pero antes se debe mirar:


Este exquisito paraje es el Salmon Glacier, y como casi todo en EEUU, buscan la manera de catalogarlo como el primero o el mejor en algo. En este caso, es el lugar en el mundo donde se puede manejar mayor distancia al lado de un río de hielo. Y la verdad, es impresionante. Y lo mejor es que pudimos dormir algunas noches en el borde del abismo, donde solo bastaba abrir la puerta para dejar entrar el aire glacial que ningún Glade podrá imitar jamás.
Y aqui viene la confesión...
Para llegar a este punto tuvimos que entrar por territorio estadounidense, más precisamente, por el sur de Alaska. Si señor lector, ya estuvimos en Alaska, pero para no perder de vista el objetivo, e intentando no sentirlo como el destino final, decidimos llamar a esta etapa, con un nombre límbico: Canalaska y no Alaska, ni Canadá.
De vuelta en el lado de Canadá real, en Stewart, conocimos a Jaden, el tiene 9 años y es una persona realmente especial. Tiene su propio puesto de ventas de osos de peluche, justo en la tierra de osos. Todos los días llega con su bicicleta, de la que se desprende un carrito, y habla con la gente que pasa como si fuera un adulto. Nos explicó cuestiones básicas de la fonética del idioma alemán, de los pormenores de los muchos instrumentos musicales que toca y de su interés por conocer culturas como la argentina. Jaden, si nos estás leyendo, ¡te esperamos en Argentina para comer pizza!
Después de la charla estimulante con el niño, queríamos ver las multitudes de osos que dicen que abundan por estas zonas. Del lado estadounidense, en Alaska está el pueblo de Hyder, donde en esta época del año los salmones vienen a desovar y luego morir a las partes menos profundas del río.
Ellos pasan toda su vida en el mar, entre 2 y 5 años según la especie, y llegado el momento, vuelven a donde nacieron, dejan de comer y sólo se preocupan por escalar el río, hacer sus nidos, desovar y morir. (Querido lector, no confunda aventura con temor. La única razón por la que mi mujer está sentada sobre el techo de la Westy no es otra cosa que el miedo por encontrarse con algún oso curioso).
Con semejante festín tan accesible, los osos de la zona se dan a la cita y se alimentan lo suficiente como para pasar el invierno.
Hasta acá, todo muy lindo, pero los osos no aparecían, sólo aparecían algunos rastros y  cuando indagamos un poco mejor nos contaron que el problema era que los salmones este año no habían subido, por algunos maleantes castores que habían construido cuatro enormes diques.
Aburrido de esperar y con ganas de ver osos, me ofrecí a ayudar al ranger o guardabosque a destruir el obstáculo.


Y hacia eso partimos. Con Eric, Mike y un arma para defendernos de los osos.
De más está decir que entre esperar sentado a que los osos aparecieran, o caminar río arriba, con la posibilidad real de ser atacados por osos con dos conocedores de la zona, opté por la segunda.
Pero también tengo que decir, que sentí un poco de lástima por los roedores en cuestión, después de tanto trabajo, cortando inmensos árboles como el de la foto, llevando rama por rama y hasta piedras para que el río de detuviera, nosotros veníamos a deshacerles todo lo hecho.
Pero todo sea por los salmones, y sobre todo, por los osos. Pobres castores, son los menos populares.
Y aqui, después de un de un día de trabajo, llegó el primer salmón.
Y lo mejor, el primer oso Grizzlie de nuestras vidas. Estos osos, por alguna razón, son más esquivos que los negros, y mucho más imponentes y peligrosos. Ahora sí, solo restaba esperar para observar el famoso festín anual.
Mientras tanto, para matizar la espera de los osos que nunca vendrían en la cantidad esperada, fuimos a comer al barco donde viven nuestros nuevos amigos, Eric y Pri, y de paso, probaron el matecito argentino.
Y como nos pasa tantas veces, nos sentamos a comer en algún lugar, y solamente por ver la Westy, la dueña nos invitó con una increíble sopa de halibut (pescado) y los vecinos de la mesa de al lado con unas cervezas alaskeñas.
Epa, Clari maniobrando el fuego, se preguntarán a que se debe tal sorpresa...
¡A la alegría de reencontrarnos con el Pelado, amigo cordobés, que con su moto volvía ya de Alaska y no veíamos desde Costa Rica, hace un año!.
Al viajar solo y manejar poco el inglés, se pasó casi 3 meses sin hablar, se pueden imaginar como quedaron nuestros oidos, si. Tan pasado de vueltas quedó que nos contó que a la noche en la carpa siguió hablando solo por un buen rato. "Soy un culiau" dijo.
Peeeero, la patrulla salvadora de salmones se agrandó. Los castores volvieron a hacer su trabajo y esta vez necesitábamos más manos para combatirlos. Llegaron también Ema y Guille, y la ayuda internacional ya era numerosa.
Pero cada tanto, con el río lleno de salmones, algún grizzlie más pudimos ver.
Igualmente estas apariciones eran aisladas y bastante efímeras, por eso las horas de espera se multiplicaban, pero al menos ahora giraba el mate y teníamos compañia.



En fin, al final nos cansamos de esperar, y partimos a buscar el lugar ideal para pasar el cumpleaños de Luli.
Desayuno, picada, vino, charla y fogón... Completito completito.



Y para salir de Canadá, se cuela una fotito del caribe... No no, esto es Canadá señores, a escasos kilómetros del círculo polar ártico.
Ahora estamos en Whitehorse, casi la última parada antes de entrar a Alaska. Queríamos llegar a nuestro destino con el blog al día, para que todos los que por más de dos años nos acompañaron desde allá pudieran aproximarse a nuestro sentimiento.
Obviamente, como supongo que debe pasar a todo el mundo cuando se está alcanzando un objetivo después de mucho tiempo y esfuerzo, tenemos un cúmulo de sensaciones encontradas, es algo indescriptible y desbordante. La nostalgia del mirar para atrás va de la mano de las ganas de llegar y volver.
Pero no voy a seguir con esto, quedará para la primera entrada desde Alaska.
¡Muchas gracias a todos lo que nos acompañan leyéndonos y dejándonos mensajes!
Relamente lo sentimos como un apoyo fundamental, asi que, una vez más, 

¡¡GRACIAS!!