Se acordarán, la última vez que algo fue escrito en estas virtuales páginas fue acerca de nuestra llegada a Alaska, la emoción y los saltos...
Justamente de esto se trata, de los saltos. A partir de ese memorable momento, Clari me manifestaba lo mucho que le costaba emocionarse en el momento, SENTIR que habíamos llegado, me dijo: "Quiero sentir algo, quiero llorar, no me sale".
Como si de una conspiración cósmica o divina se tratase, si es que acaso los dioses existen, segundos después de dicha expresión, saltando escalones abajo hacia la cámara de fotos en un acto intempestivo, su delicado tobillo no agunató la presión ejercida su costado y cedió.
Justamente de esto se trata, de los saltos. A partir de ese memorable momento, Clari me manifestaba lo mucho que le costaba emocionarse en el momento, SENTIR que habíamos llegado, me dijo: "Quiero sentir algo, quiero llorar, no me sale".
Como si de una conspiración cósmica o divina se tratase, si es que acaso los dioses existen, segundos después de dicha expresión, saltando escalones abajo hacia la cámara de fotos en un acto intempestivo, su delicado tobillo no agunató la presión ejercida su costado y cedió.
Y así la encontrábamos un rato después cuando nos volvimos a reunir con los compañeros de ruta al otro lado del la última frontera. Esguince y LLANTO, lo que ella quería, sentir, llorar, llegó por otra vía. Ahora pata pa' arriba y a entrar en la última frontera.
Y si uno piensa en Alaska, inmediatamente surge el salmón desde las marañas de la mente, y el mismo día que empezábamos la exploración, gracias a los indicios de alta sociabilidad que corren por la sangre Guille, terminamos en la casa de Charlene, una mujer que vive en este inmeso estado desde que nació, y como sus ancestros, originales del lugar, mantiene ciertas costumbres necesarias para pasar el invierno. Pescar cantidades desorbitantes de salmón rojo, cortarlo en tiras, y ahumarlo para guardarlos en frascos de conservas. Cuando se decide a hacer esto, se pasa casi tres días sin dormir, porque tiene que mantener el fuego, sacar las tiras justo a tiempo y embasarlas al vacío para que duren todo el invierno. Si desatiende algún paso se le puede llenar de moscas que pudren la carne o echar a perder toda la producción.
(En este espacio había una foto elegida por mi, luego de la tijera arbitraria y tirana de la censura, que sospecharán quién la ejecutó, sólo podrán imaginar lo que yo pretendía mostrar)
Y aquí, ella, la mismísima, con unas sonrisas y mucha seguridad, nos tuvo trabajando un par de horas. Trabajo que nos recompensaría con unas buenas duchas, lugar para dormir, mermeladas caseras, y unos buenos pedazos de salmón ahumado para el almuerzo.
El hermano fue y seguirá siendo una incógnita, un poco borracho, y un poco loco, a cada uno nos dijo un nombre diferente. Sin saber el nombre real, igualmente, disfrutamos de su locura y su borrachera un rato.
Buscando un lugar para dormir, nos perdimos como suele ocurrir y fuimos a dar al medio de una pista de aviones, como solo puedo ocurrir en Alaska. Al congelarese prácticamente toda la superficie durante el invierno, el único medio para llegar a la mayoría de los lugares es el avión, por eso hay aeropuertos en cada pueblito, por más chico que sea.
Igualmente quería llegar hasta el círculo polar ártico al menos, estábamos en Fairbanks (cuidad muy militar) a menos de 200 km, pero al final es sólo una línea imaginaria. En fin, pusimos trompa al sur y fuimos hacia el Denali NP, tierra de osos, alces y ciervos.
En el camino, frenamos en el pueblo de Healy, ahí mismo, hace poco más de 20 años había muerto, mientras buscaba vivir en la naturaleza un chico en un autobus en medio de la nada. Hace unos años hicieron la película, y decidimos salir a buscar el lugar real, el autobus mágico.
Y salió la patota con los petates. A las personas que les preguntábamos cómo llegar, no sabemos si no les gustaba la idea o qué les pasaba, pero nos asustaban un poco con la peligrosidad de nuestra empresa. Puede ser, que celosos de su ricón salvaje, no quisieran que pasara lo irremediablemente está ocurriendo. Cada vez más personas llegan tratando de emular al protagonista de Into The Wild, evitando lo de morir, por supuesto.
Caminamos como si con ello se nos fuera la vida, queríamos llegar, dormir y volver, no tardar mucho para que las chicas no se preocuparan, por no decir que nos esperaban en uno de los lugares más feos de Alaska, en un camino de tierra polvoriento y chato.
La cuestión es que para llegar hay que cruzar algunos ríos, uno particularmente ancho, que se puede cruzar si el agua llega hasta la cintura, pero si una vez cruzado, llueve más arrbia en las montañas, puede subir súbitamente su nivel y hacer imposible el regreso. Eso y la cantidad de osos (no vimos ninguno en ese camino) era lo que más nos acobardaba.
Después de casi 12 horas de caminatas interrumpidas sólamente para comer, y de ir gritando para ahuyentar a los temibles osos, llegamos al autobus mágico, devenido altar para los seguidores del aventurero Cristopher McCandless. Por lo visto no fue mucha gente todavía pero si la suficiente como para que esté todo escrito por dentro, con nombres y frases inspiradoras para los próximos huéspedes.
Buscando un lugar para dormir, nos perdimos como suele ocurrir y fuimos a dar al medio de una pista de aviones, como solo puedo ocurrir en Alaska. Al congelarese prácticamente toda la superficie durante el invierno, el único medio para llegar a la mayoría de los lugares es el avión, por eso hay aeropuertos en cada pueblito, por más chico que sea.
EL AUTOBUS MÁGICO
Yendo en contra de mis ganas, por varias razones, decidimos no ir hacia los conifnes más remotos y septentrionales de nuestro querido continete. Sólo una ruta, más de la mitad de ripio, llega hasta el océano Ártico, hasta Prudhoe Bay, más de 800 km de estepa pura. Se llega hasta 5 km del mar y una petrolera que de ahí extrae el oro negro es dueña de la costa y no se puede llegar andando y meter libremente los pies en el frío mar.Igualmente quería llegar hasta el círculo polar ártico al menos, estábamos en Fairbanks (cuidad muy militar) a menos de 200 km, pero al final es sólo una línea imaginaria. En fin, pusimos trompa al sur y fuimos hacia el Denali NP, tierra de osos, alces y ciervos.
En el camino, frenamos en el pueblo de Healy, ahí mismo, hace poco más de 20 años había muerto, mientras buscaba vivir en la naturaleza un chico en un autobus en medio de la nada. Hace unos años hicieron la película, y decidimos salir a buscar el lugar real, el autobus mágico.
Y salió la patota con los petates. A las personas que les preguntábamos cómo llegar, no sabemos si no les gustaba la idea o qué les pasaba, pero nos asustaban un poco con la peligrosidad de nuestra empresa. Puede ser, que celosos de su ricón salvaje, no quisieran que pasara lo irremediablemente está ocurriendo. Cada vez más personas llegan tratando de emular al protagonista de Into The Wild, evitando lo de morir, por supuesto.
Caminamos como si con ello se nos fuera la vida, queríamos llegar, dormir y volver, no tardar mucho para que las chicas no se preocuparan, por no decir que nos esperaban en uno de los lugares más feos de Alaska, en un camino de tierra polvoriento y chato.
La cuestión es que para llegar hay que cruzar algunos ríos, uno particularmente ancho, que se puede cruzar si el agua llega hasta la cintura, pero si una vez cruzado, llueve más arrbia en las montañas, puede subir súbitamente su nivel y hacer imposible el regreso. Eso y la cantidad de osos (no vimos ninguno en ese camino) era lo que más nos acobardaba.
Después de casi 12 horas de caminatas interrumpidas sólamente para comer, y de ir gritando para ahuyentar a los temibles osos, llegamos al autobus mágico, devenido altar para los seguidores del aventurero Cristopher McCandless. Por lo visto no fue mucha gente todavía pero si la suficiente como para que esté todo escrito por dentro, con nombres y frases inspiradoras para los próximos huéspedes.
Llevamos carpa, pero el colectivo que había quedado en el lugar después de una incursión minera en los años 60, fue acondicionado como refugio varios años después por algún solitario cazador y usado también como hogar por el protagonista de la historia. Sigue todo igual que hace 20 años, y dormimos en la misma cama que hizo de lecho de muerte en su momento. Después de una noche de desvelos a pesar del cansancio de la caminata, teníamos que desandar lo andando.
Guille contemplando en el desayuno. Había llovido un poco a la noche y salimos un poco preocupados de que el río hubiera crecido. El rescate en helicóptero, nos decían, salía 100.000 dólares. Bueno, por suerte pudimos cruzar...
Y cuando faltaba una hora de caminata para llegar, despues de como 90km de caminata en dos días, cansados, con muchas ganas de comer algo rico y tomar café, nos encontramos con un campamento de 4 x 4 para turismo y nos cumplieron todos los deseos. Además, después de tomar todos los cafés que queríamos y comer todo el guiso que quedaba en la olla, nos llevaron de vuelta a casa, donde esperaban las chicas a sus valientes cazadores.
El primer moose o alce que vimos de cerca, al costado de la ruta. Dicen, muere más gente embestida por un alce que atacada por osos. Hay que saber a quien temer.
El Denali NP sólo se puede recorrer (excepto una partecita) únicamente en bus. Es decir, no se puede entra en auto propio. El precio exedía lo que estos humildes bolsillos podían ofrecer, pero como casi siempre, la suerte acudió a la cita. Conocimos a un hombre que casualmente era chofer de uno de estos buses, después de una tramolla muy opco común en este país de tanta legalidad, nos subió y nos llevó a conocer el parque. Eso si, 8 horas arriba del bondi, viendo los animales desde arriba... bueno, por lo menos no nos quedamos con las ganas.
Y vimos al cornudo finalmente.
Habiendo visto al mamífero de astas protuberantes, partimos hacia el sur, a la península de Kenai, o el patio trasero de Alaska. Como siempre, buscamos un lugar al costado de algún río, de algún camino para pasar la noche. El primer paso por Anchorage no merece mayores declaraciones.
En algún área de descanso donde paramos a dormir con Clari en los tiempos que anduvimos solos, conocimos a Víctor y Caro, dos nuevos amigos que después de trabajar un año en Canadá se habían armado la mejor casa rodante y de paso, para ahorrarse unos $ y contaminar menos convierteron el motor diesel en motor a aceite reciclado. Es muy interesante y la opción más barata para viajar po el mundo (da trabajo también). EL que quiera saber más de ellos y su camioneta puede ir a: http://upachalupa.org/ con un simple apretón de click izquierdo.
En algún área de descanso donde paramos a dormir con Clari en los tiempos que anduvimos solos, conocimos a Víctor y Caro, dos nuevos amigos que después de trabajar un año en Canadá se habían armado la mejor casa rodante y de paso, para ahorrarse unos $ y contaminar menos convierteron el motor diesel en motor a aceite reciclado. Es muy interesante y la opción más barata para viajar po el mundo (da trabajo también). EL que quiera saber más de ellos y su camioneta puede ir a: http://upachalupa.org/ con un simple apretón de click izquierdo.
Y con ellos, los del Mañoso, los de la Fiore y Pablo, un viajero en moto subimos hasta el glaciar Exit. (Bueno, todos no fuimos, Clari se quedó contemplando abajo.
Foto hurtada y sin permiso a los amigos chilenos.
Foto hurtada y sin permiso a los amigos chilenos.
La cabra de las rocas, yo pienso que le iría mejor el nombre cabra blanca o el demonio blanco, pero por algo no soy yo el nominador de animales. Ya las habíamos visto pero muy de lejos, y sólo se distinguían puntos blancos en la lejanía.
Quizás acá, en Seward fue donde yo sentí que mi idea de Alsaka y la realidad se encontraban un poco más cerca, es un pueblo en la orilla de un fiordo, con montañas nevadas a lo lejos, pescadores y ese no sé qué que no tiene nombre que hace que uno se sienta donde está.
Si alguno pensaba que la Westy no nos había dado nunca más trabajo, se equivocó. Pero no mucho, después del mejoramiento integral que le habíamos hecho en California, nunca más una gota de nada derramada debajo de su chasis, ningún ruido extraño, una máquina perfecta para devorar kilómetros, hasta que una horrible gota verde se escapaba de algún lado del motor. Pero como siempre, en Anchorage encontré un integrante de la patrulla salvadora de viajeros en Westfalia, también se llama Mark y también me ayudó a cambiar la bomba de agua. Después de un día alojados en su casa, estabamos listos para seguir, como siempre.
Y, como nos encantan los cumpleaños, o cualquier motivo para festejar, antes de dejar el país de los osos, antes de separarnos, fuimos hacia McCarthy, en un lugar un tanto remoto como para que se justifique el esfuerzo si va llover todo el día y armamos el ambiente para un cumpleaños más, el de July, con pizza, vino y torta como corresponde.
Ahora sí, nos despedíamos del destino con un poco de nostalgia, otro poco de alegría y una sesación extraña que no pretendemos entender. Dejábamos de avanzar después de más de 2 años y medio, ahora era hora de volver.
Son infinitas las cosas que pasaron en este momento por nuestra cabeza, y si se puede, más las que nos siguen pasando. Todavía nos quedaba poco más de un mes para llegar hasta donde estamos ahora, a Miami, para embarcar la Westy y cerrar así estos años. Imposible, nada así se puede cerrar.
Una vez más, ¡GRACIAS! a todos los que nos acompañaron por acá, y es raro, como casi todo por estos días para nosotros, despedirnos, así, sólo con unas palabras, palabras que ni siquiera conozco, o será: ¡¡¡HASTA LA PRÓXIMA.!!!